¡Desnaturalizar y desaprender!
¿Supongo que ya sabes un poco de biopolítica y de las tecnologías de género?
Sí, ¡Una abominación!
Pues por allí viene la cosa, recordemos estas ideas:
«sexopolítica (…)deriva de la noción de biopolítica formulada por Michel Foucault para hacer referencia a una serie de transformaciones en las tecnologías de poder a partir del siglo XVIII. La biopolítica designa a un tipo de poder productivo que opera en la gestión y administración disciplinaria de la vida y que penetra y constituye el cuerpo del individuo (…)».
Texto tomado de: https://www.revistaerrata.gov.co/contenido/tecnologias-sexopoliticas-contraescrituras-criticas-y-dispositivos-de-subjetivacion
Entonces, hay varias formas a través de las cuales se controla y administra ese poder productivo. Aquí te dejo algunas:
La explotación de la capacidad reproductiva de las mujeres fue fundamental para la acumulación capitalista. La explotación de los trabajadores se asentó sobre el trabajo doméstico no remunerado y la reproducción social (Federicci, 2010)[1].
Algunas feministas se distancian del concepto de producción del capitalismo, en el cual no se presta la suficiente atención al trabajo reproductivo. Se nombra la fuerza de trabajo de los obreros; sin embargo, se invisibiliza el trabajo de las mujeres para reproducir a esos obreros. Elsa Dorlin, por ejemplo, en el caso francés, menciona que el útero es el aparato reproductor de la riqueza nacional.
Veamos esta noticia en México que nos retrata cómo funciona esto:
[1] Federicci, S. (2010) Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de sueños.
Foucault dijo «Sin duda, puede admitirse que las relaciones de sexo dieron lugar, en toda sociedad, a un dispositivo de alianza: sistema de matrimonio, de fijación y de desarrollo del parentesco, de transmisión de nombres y bienes. El dispositivo de alianza, con los mecanismos coercitivos que lo aseguran y con el saber que exige, a menudo complejo, perdió importancia a medida de que los procesos económicos y las estructuras políticas dejaron de hallar en él un instrumento adecuado o un soporte suficiente. Las sociedades occidentales modernas inventaron y erigieron, sobre todo a partir del siglo XVIII, un nuevo dispositivo que se le superpone y que contribuyó, aunque sin excluirlo, a reducir su importancia. Este es el dispositivo de sexualidad: como el de alianza, está empalmado a los compañeros sexuales, pero muy de otra manera. Se podría oponerlos término a término. El dispositivo de alianza se edifica en torno a un sistema de reglas que definen lo permitido y lo prohibido, lo prescrito y lo ilícito (…)».
Veamos un poco a qué se refiere el autor en este texto que lo ejemplifica:
Historia del matrimonio: cómo han cambiado las parejas a través de los siglos
“El matrimonio tradicional ya no existe”. Efectivamente, esta idea repetida hasta la saciedad está en lo cierto: la unión institucionalizada entre hombre y mujer ha cambiado sensiblemente desde que fuese documentada por primera vez en la Mesopotamia del año 4.000 a.C. En la tablilla, donde se dejaba por escrito el pacto entre hombre y mujer, aparecían reflejados los derechos y deberes de la esposa, el dinero que obtendría la mujer en caso de ser rechazada y el castigo en caso de infidelidad. El matrimonio ha cambiado, sí, pero hay cosas que se mantienen, y un contrato a tiempo quizá no esté de más.
Stephanie Coontz, autora de uno de los grandes ensayos de referencia sobre el tema, “Historia del matrimonio. Cómo el amor conquistó el matrimonio” (Gedisa) afirma que «algunas de las cosas que la gente considera tradicionales son en realidad innovaciones relativamente recientes». Como, por ejemplo, la «tradición según la cual el matrimonio tiene que ser aprobado por el Estado o santificado por la Iglesia», una novedad de 2.000 años de antigüedad. Pero, al mismo tiempo, «muchos aspectos que la gente cree que no tienen precedentes, en realidad no son nuevos». Es el caso de las relaciones extramatrimoniales o los nacimientos fuera del matrimonio, más comunes y más aceptados en un pasado que hoy en día.
En Esparta, la homosexualidad estaba permitida, pero el matrimonio era obligatorio. Los antropólogos se han preguntado a menudo por qué tantas sociedades reproducen una institución semejante. Claude Lévi-Strauss recordaba que los estudiosos sociales del siglo XIX habían mantenido dos teorías, a las que califican de simplistas: o bien se trata de una estructura social que aparece con el avance de las sociedades, o bien se trata de un fenómeno universal. ¿Por qué se formalizaría por primera vez la relación entre hombre y mujer? Probablemente, como control social de la pareja y con el objetivo de desarrollar un contexto que favoreciese la crianza de niños y, con ella, la conservación de estructuras sociales superiores (familias, grupos social) establecidas alrededor del matrimonio. Sin embargo, rápidamente, el matrimonio comenzó a transformarse en una herramienta por la cual las élites mantenían el poder. Los vínculos sociales y la expansión de territorios se establecían a través de los matrimonios, que reforzaban alianzas mediante los herederos comunes. Sí, como en Juego de tronos.
Te doy a mi hija, me das tus tierras
El interés entre cónyuges y deudos fue el criterio principal para el establecimiento de estas relaciones durante gran parte de la Edad Antigua. Para los sumerios, el matrimonio era ante todo un contrato entre el padre de la novia y el novio, por el cual establecían una relación de colaboración. Esparta, como suele ser habitual, tenía unas reglas muy concretas para el matrimonio. La homosexualidad era plenamente aceptada, pero el matrimonio era obligatorio. Pero este no conducía a la convivencia en pareja, sino que la Gran Retra establecía que este solo podía darse a partir de los 20 años y que el marido debía fecundar a su mujer para, acto seguido, volver a reunirse con los hombres. El objetivo primordial era crear varones fuertes. Plutarco decía a tal respecto que, así, «los hombres evitaban la saciedad y el declive de los sentimientos que entraña una vida en común».
La Iglesia impone la monogamia y prohíbe la consanguinidad. Los usos del imperio romano eran bastante peculiares. Entre sus opciones de matrimonio destacaba el coemptio, que se podría traducir por “compra recíproca” y que antecedía el matrimonio moderno. Los dos miembros se hacían regalos, no tenían ninguna imposición paterna y, por lo general, esta relación solía llevarse a cabo por plebeyos. Lo más cercano a nuestras bodas contemporáneas. No son estos los únicos modelos de la cultura occidental, claro está. El pueblo hebreo defendía la poligamia, lo que inspiró a los mormones siglos más tarde. En la Biblia, se dice del Rey Salomón que tenía más de 700 mujeres y 300 concubinas.
Todo cambió con el declive del imperio romano y el consiguiente auge de la Iglesia, que por primera vez impone que el matrimonio es una unión ante Dios, y no ante el hombre, sacralizando lo que hasta entonces había sido civil. La monogamia se impone y se prohíbe la consanguinidad y, debido a que se trata de una relación sancionada por Dios, este es indisoluble, y así será durante siglos (o si no, que se lo digan a Enrique VIII, que tuvo que fundar su propia religión para divorciarse). En 1215, en el Concilio de Letrán, el matrimonio pasa a formar parte de la lista de sacramentos católicos, y el Concilio de Trento señala que no puede existir matrimonio por rapto, una práctica muy frecuente. Durante el siglo XII y XIII, el amor por antonomasia era el amor extramarital; se trataba de una institución demasiado importante como para perderse en vacuos sentimientos.
El amor llega al matrimonio
Daniel Defoe dijo a principios del siglo XVIII que el matrimonio era “prostitución legalizada”, una visión muy acorde con el rol de la mujer por aquel entonces. La ley inglesa desposeía a todas las mujeres (exceptuando a la reina) de sus posesiones cuando contraían matrimonio. No podían poseer tierras ni tenían control sobre sus posesiones, algo que, matizado, ocurriría hasta mediados del siglo XX, cuando las mujeres aún debían pedir permiso de sus maridos para abrir una cuenta bancaria o adquirir un automóvil. Y la dote era una moneda de cambio habitual.
En 1856, 26.000 mujeres reivindicaron su derecho a gozar del producto de su trabajo. Todo cambiaría con la Ilustración y el pensamiento positivista, el momento en el que el amor comienza a ser un factor más de la ecuación. El Romanticismo de la primera mitad del siglo XIX y la revolución industrial, que propiciaron la aparición de una amplia clase media, instaurarían por completo el amor como centro del matrimonio. El hombre ya no vivía en el campo, sino en la ciudad, y podía elegir con quién quería pasar su vida gracias al fruto de su trabajo. Es también cuando aparecen los primeros movimientos liderados por mujeres, que reivindican su derecho a decidir y, que cambiarán para siempre la percepción del matrimonio. En 1856, 26.000 mujeres trasladaron una petición al Parlamento británico señalando«es hora de que se proteja el producto de nuestro trabajo y que al ingresar al matrimonio ya no se pase de la libertad a la condición de esclavos, cuyas ganancias pertenecen a su amo y no a sí mismos». Era solo el principio.
Qué ocurrió en el siglo XX
El psicoanalista Sigmund Freud también desacreditó las uniones por interés, a las que pidió se castigaran. Poco a poco, los matrimonios de conveniencia volvieron a ser patrimonio exclusivo de casas reales y alta aristocracia: el amor triunfó. Los divorcios, también. La visión que a partir del siglo XX se conformó sobre el matrimonio difiere bastante de aquella que se mantuvo durante los milenos precedentes y ha venido determinada por dos factores esenciales. Por una parte, la adquisición de los derechos de la mujer, ya en igualdad de condiciones con el hombre; por otra, la desacralización de dicha unión, en sintonía con la progresiva pérdida de peso de las religiones en la vida privada.
El horizonte de la mujer deja de ser únicamente el de ama de casa y los divorcios aumentanSi el siglo XIX fue el siglo del amor, el XX fue el siglo del sexo. Especialmente, de los años sesenta para adelante. Las relaciones sexuales esporádicas dejaron de ser tabú y comenzaron a ser aceptadas (incluso aplaudidas) socialmente, y los métodos anticonceptivos contribuyeron a hacerlo todo más fácil. Finalmente, en los años setenta la legislación de la mayor parte de países occidentales ya podía considerarse como neutral para hombres y mujeres que, si bien desempeñaban roles distintos en la pareja, veían cómo la ley los reconocía de la misma manera. Los divorcios aumentan en un 100% en Estados Unidos entre 1966 y 1979 y se convierten en práctica habitual en Occidente. El horizonte vital del sexo femenino ya no es únicamente ser ama de casa y esposa.
Al matrimonio solo le faltaba una última frontera por cruzar, la de las relaciones homosexuales. España aprobó los matrimonios gais en julio de 2005; en abril de este año, Francia hizo lo propio, y esta misma semana, el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaraba inconstitucional la ley contra el matrimonio homosexual (la llamada DOMA), que defendía que la única unión posible es la que se produce entre un hombre y una mujer. Efectivamente, el matrimonio no es lo que era, pero nunca lo fue.
Texto tomado de: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013-07-02/historia-del-matrimonio-como-han-cambiado-las-parejas-a-traves-de-los-siglos_195863/
La conjunción de dos dispositivos: el de la sexualidad y el de la alianza privilegian la reproducción de la especie humana y la acumulación por despojo. Desde la lupa del régimen heterosexual, las sexualidades no reproductivas encarnadas por lxs disidentes sexuales, lxs trabajadores sexuales, las razas inferiores, lxs discapacitadxs, lxs parafílicxs, … son consideradas fuera de esa conjunción de los dispositivos. Y, por consiguiente, son sexualizadas pecaminosas, según el discurso religioso; son patológicas, según el discurso médico; y son criminales, según el discurso jurídico.
Estas publicaciones reflejan y reproducen lo que el discursos religiosos, médicos o jurídicos plantean:
9 comentarios homofóbicos para reír o llorar
Lamentablemente, todos nos hemos topado con personas homofóbicas a lo largo de nuestras vidas. Muchas de ellas (yo creo que todas) dicen no serlo, pero sus hechos y forma de pensar, hablarán por ellas.
No me costó trabajo encontrar algunas de las «anti-opiniones» más populares en cuanto a la comunidad LGBT se refiere.
Creo que el común denominador entre estos nueve comentarios es la ignorancia. Sin embargo, también están presentes la falta de empatía, una pizca de odio y cero entendimiento al tema. Es interesante notar que muchos de ellos se escudan en una religión para odiar. Irónico.
Sin orden en específico, comencemos:
- Qué trauma decirle a un niño que no tenía hogar, que ahora puede tener una vida de calidad con dos papás o dos mamás. Qué horror.
- Lo bueno es que sí respeta. Tanto que nos anda casando con animales.
- ¿Según quién?
- Porque solo lo natural es lo correcto. Con tú ideología sí nos espera el caos.
- «Lo más detestable» es que tú creas que se pueda convertir a alguien.
- Maldita ignorancia humana, hasta cuándo se acabará todo esto.
- Dos formas de hombre… El chiste se cuenta solo. Recapacita.
- WTF.
- ¿Qué pensarían sus «amigos» gays de su opinión. Dudo que lo sigan siendo.
Queridos homofóbicos, ojalá la vida no les trate mal. Empaticen, respeten y propaguen el amor
Texto tomado de: https://elclosetlgbt.com/estilo-de-vida/viral-9-comentarios-homofobicos-para-reir-o-llorar/